Iba a mi casa, como toda la semana, parándome en los
puestos y tiendas para no regresar a casa, tras un día de colegio un poco duro,
pero pasable.
Cuando llego a casa, me extraña mucho no ver el coche de
mi padre en la puerta, que estaba cerrada, lo que también me extrañó bastante, pues era donde debería
estar mi madre esperándome para una regañina por volver tarde del cole.
Saco las llaves del bolsillo oculto, no tan oculto, de mi
mochila e intento abrir la puerta,
la cual tiene un “truco” desesperante.
Entro en la casa y
algo me parece diferente, ─¿Dónde
estaba mi madre?─ me pregunto extrañada, pues siempre estaba cocinando en la
cocina que esta enfrente de la entrada, además el salón parece un poco
desordenado, ¿qué ha pasado?
Esto
no para mi andar, hacia el cuarto de baño, pues llevaba aguantándome desde después
del recreo. Camino rápidamente por el pasillo en el que hay varios
calcetines sucios de ayer.
Justo
cuando voy encender la luz, escucho un leve llanto y un grito de horror,
al
escuchar mis pasos. Me asusto mucho y enciendo la luz; es ahí mi trauma, cuando
reconozco, de entre tanta sangre, cristales rotos, heridas graves y cajones
sacados, a mi madre rogando clemencia y deseando el fin de esta tarde amarga.
Corro
lo más deprisa que me permiten los pies, que soportan un día de colegio y una
mochila cargada con casi todos los libros, hacia mi madre, para socorrerla de
aquel infierno que entre el váter y la mampara de ducha, en un rincón pequeño,
se hallaba la persona más grande para mí y a la que siempre quise y siempre
querré, a punto de morir, cojo un vaso de agua lo más rápido que puedo mientras
suelto esta angustiosa carga de mi espalda, en el baño recojo una toalla del
suelo para echársela por encima e intento que sobreviva a tal paliza propinada
por…¿Quién sino el acosador con quien se casó?
No
puedo aguantar más el llanto, pero intento que mi madre no se dé cuenta, pues
está demasiado confusa, desorientada, triste y a punto de entrar en colapso,
jamás la preocuparía de esa manera.
Le
hablo lo más dulce y tranquilizadora que puedo, colocándole el vaso en la boca, esa boca que parecia mas una cascada de dolor, amargura, sangre y trozos de diente, que una boca; para aliviar un poco el dolor.
Le
pregunto que si puede moverse, pero un hueso que sobresale del tobillo, como
una estaca blanca y pura rodeada de más sangre, me responde. Yo al ver tal
aberración siento en mi corazón una lanza de furia y horror, atravesándome estrepitosamente y dejando marcas sin clemencia alguna.
Jamás
llegué a entender cómo había podido realizar aquella brutal escena, aunque mi
madre y yo sabíamos que aquellos morados nos perseguirían por los restos, pero no que desencadenarían en esto.
Seguía
inconsolable y temblando, así pues, saco el móvil y llamo lo más rápido posible a
una ambulancia, pues es lo primero que se me ocurre, y espero, y espero, pero
la ambulancia no viene, ¿qué pasa?, ¿dónde están?
Estos
minutos de espera se hacen cada vez más eternos, uno tras otro como una
tonelada, que sobre mi cuerpo caen, pero cuando ya llego a escuchar la
ambulancia en la puerta, mi madre cae muerta en mis brazos, como una sencilla flor al ocaso del bienestar, no podría describir
tal dolor que en estos momentos siento, solo puedo llorar, temblar y gritar tan
alto como puedo, puesto
que ahora todas las palizas que nos daba, serían para mí, nunca jamás podría
hablar con nadie más, puesto que mi única amiga era mi madre, y ha muerto a
manos del maltrato.
El
personal de la ambulancia entra de un golpe por la puerta y corre hacia mí y mi
madre, pero yo ni puedo moverme, me abrazo a ella y simplemente duermo, en el
lugar más caliente y placentero, que jamás volvería a encontrar, era el cuerpo
ya inerte de mi madre, y sueño el mejor sueño de mi vida, ella y yo
tumbados en la cama, riendo y una sonrisa en la cara, sin preocupación y en
calma.
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