sábado, 2 de marzo de 2013

Escrito en sangre (concurso mini-relato, 5º puesto)


Me hallo entre sábanas, sin saber el motivo de mi dolor, no son más que rasguños comparados con otros días, pero hoy no había motivos.

Siento otra punzada, la sangre latente fluye entre mis dedos, una sensación amarga se hunde en mi ser.
Noto que me falta aún más el aire.
En un instante, un crujido en mi pecho y una presión me producen una arcada acabada en sangre.
  ─ ¡Que alguien pare esto! ─

De nuevo aquel ser con el que me casé, me propina otra patada, esta vez en la cara, con la que siento un dolor tan grande y concentrado, que mi aullido lo incita a volver a la carga.
Intento levantarme, lo que resulta imposible pues al colocar el pie en el suelo, se abalanza contra mi cuerpo desvalijado de toda gana de vida, una bestia imparable sedienta de injusta lucha por su hombría, volviendo de nuevo a lanzar hacia mi costado sus manazas, de las que un día estuve enamorada.

Un corte limpio cruza mi rostro, rebanando mejillas, ojo, nariz, todo a su paso.
Me cuestiono si esta vez será más rápida que la anterior, ─pero al parecer decide seguir ─me digo ─ cuando de nuevo veo venir, de entre tanta sangre y dolor, el brazo aproximándose rápidamente.
No me da tiempo a reaccionar, en el momento en el que impacta sobre el lado derecho de la cara, musito clemencia, a lo que responde con un gruñido ebrio, y continua su heroica hazaña.

Mis gritos hace tiempo que cesaron, mis pulmones se pararon en una auténtica angustia de volver al día antes de mi boda concertada, mi corazón comenzó a ir cada vez más despacio, hasta que dejó de latir.

─Es el momento más feliz que tengo desde hace tiempo ─pienso ─, pero es justo en el momento en el que mi cuerpo ya inerte sufre tal dolor y una voz angelical resuena en lo más profundo, cuando me doy cuenta de que no ha acabado, y me hacen despertar.

─ ¿Es el cielo? ─me pregunto.

Abro los ojos y veo algo borroso que me dice que aguante, que todo va a salir bien, pero de repente, vuelve el dolor como un haz de fuego, cruzando mi cuerpo ya destrozado por la brutal lucha por la igualdad, haciéndome crujir en dolor, es tan grande el sufrimiento y la impotencia que me hacen desmayar.

Esto será por algo, algo habré hecho mal, hija de familia musulmana soy, casada con Pierre, un francés de familia rica, amigos de mi padre; seguro que me lo merezco, seguro que es porque no hice la comida a su gusto, o por haberle demostrado poco respeto, seguro que es porque esta mañana no le di el suficiente placer que se merecía como mi marido; me lo merezco, yo soy la culpable, él solo quiere que sea buena, él me quiere, él me ama, jamás me haría daño sin motivo.

No es bonito presentar en un concurso de mini relatos algo tan realista, pero la realidad no desaparece por ocultarla, solo se agranda coge fuerzas y estalla en una gran explosión de rabia hacia la humanidad y hacia los grandes cargos, pero sigue ahí, aunque puede haber solución, y es mostrándola, sin tabú.

Ambulancia se escribe con "H"


Iba a mi casa, como toda la semana, parándome en los puestos y tiendas para no regresar a casa, tras un día de colegio un poco duro, pero pasable.

Cuando llego a casa, me extraña mucho no ver el coche de mi padre en la puerta, que estaba cerrada, lo que también  me extrañó bastante, pues era donde debería estar mi madre esperándome para una regañina por volver tarde del cole.

Saco las llaves del bolsillo oculto, no tan oculto, de mi mochila e intento abrir la puerta,
la cual tiene un “truco” desesperante.
Entro en la casa y algo me parece diferente, ─¿Dónde estaba mi madre?─ me pregunto extrañada, pues siempre estaba cocinando en la cocina que esta enfrente de la entrada, además el salón parece un poco desordenado, ¿qué ha pasado?
Esto no para mi andar, hacia el cuarto de baño, pues llevaba aguantándome desde después del recreo. Camino rápidamente por el pasillo en el que hay varios calcetines sucios de ayer.
Justo cuando voy encender la luz, escucho un leve llanto y un grito de horror,
al escuchar mis pasos. Me asusto mucho y enciendo la luz; es ahí mi trauma, cuando reconozco, de entre tanta sangre, cristales rotos, heridas graves y cajones sacados, a mi madre rogando clemencia y deseando el fin de esta tarde amarga.

Corro lo más deprisa que me permiten los pies, que soportan un día de colegio y una mochila cargada con casi todos los libros, hacia mi madre, para socorrerla de aquel infierno que entre el váter y la mampara de ducha, en un rincón pequeño, se hallaba la persona más grande para mí y a la que siempre quise y siempre querré, a punto de morir, cojo un vaso de agua lo más rápido que puedo mientras suelto esta angustiosa carga de mi espalda, en el baño recojo una toalla del suelo para echársela por encima e intento que sobreviva a tal paliza propinada por…¿Quién sino el acosador con quien se casó?

No puedo aguantar más el llanto, pero intento que mi madre no se dé cuenta, pues está demasiado confusa, desorientada, triste y a punto de entrar en colapso, jamás la preocuparía de esa manera.
Le hablo lo más dulce y tranquilizadora que puedo, colocándole el vaso en la boca, esa boca que parecia mas una cascada de dolor, amargura, sangre y trozos de diente, que una boca; para aliviar un poco el dolor.
Le pregunto que si puede moverse, pero un hueso que sobresale del tobillo, como una estaca blanca y pura rodeada de más sangre, me responde. Yo al ver tal aberración siento en mi corazón una lanza de furia y horror, atravesándome estrepitosamente y dejando marcas sin clemencia alguna.

Jamás llegué a entender cómo había podido realizar aquella brutal escena, aunque mi madre y yo sabíamos que aquellos morados nos perseguirían por los restos, pero no que desencadenarían en esto.

Seguía inconsolable y temblando, así pues, saco el móvil y llamo lo más rápido posible a una ambulancia, pues es lo primero que se me ocurre, y espero, y espero, pero la ambulancia no viene, ¿qué pasa?, ¿dónde están?
Estos minutos de espera se hacen cada vez más eternos, uno tras otro como una tonelada, que sobre mi cuerpo caen, pero cuando ya llego a escuchar la ambulancia en la puerta, mi madre cae muerta en mis brazos, como una sencilla flor al ocaso del bienestar, no podría describir tal dolor que en estos momentos siento, solo puedo llorar, temblar y gritar tan alto como puedo, puesto que ahora todas las palizas que nos daba, serían para mí, nunca jamás podría hablar con nadie más, puesto que mi única amiga era mi madre, y ha muerto a manos del maltrato.
El personal de la ambulancia entra de un golpe por la puerta y corre hacia mí y mi madre, pero yo ni puedo moverme, me abrazo a ella y simplemente duermo, en el lugar más caliente y placentero, que jamás volvería a encontrar, era el cuerpo ya inerte de mi madre, y sueño el mejor sueño de mi vida, ella y yo tumbados en la cama, riendo y una sonrisa en la cara, sin preocupación y en calma.